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Jardín resonante

 

“Los efectos transformadores de una relación de resonancia se evaden siempre e inevitablemente del control y la planificación por parte del sujeto”.
Hartmut Rosa


Un jardín resonante es un jardín cocreado para el encuentro entre plantas, humanos y otros seres vivos. Un lugar para la resonancia vital y la exploración y experiencia de interacciones entre seres de distintos mundos. Para los humanos propicia la reintegración al ciclo de la Vida y la regeneración de sentidos y capacidades olvidados por la poda social.
En el jardín resonante se diluyen los discursos, clasificaciones y prácticas separatistas; es a la vez un laboratorio, un taller, un templo y un portal. Es un laboratorio, donde trabajamos en nosotros y con las plantas, observamos, registramos y experimentamos; un taller en que surgen inspiraciones creativas, artísticas y poéticas y exploramos nuevos lenguajes y escrituras, el cielo se pinta y escribe con plantas; un templo de contemplación en el asombro y la gratitud y de recuperación de la relación sagrada con lo que nos rodea; un portal para entrar al mundo plantae y por el que las plantas entran en nosotros.
Las plantas se comunican en el cielo a través de los terpenos y en la tierra a través de sus raíces, las micorrizas y las bacterias. Con el tiempo, las plantas del jardín devienen un organismo cada vez más integrado en sí mismo y con su entorno.
El jardín se conecta con los árboles y plantas que le rodean, es una puerta de entrada física y energética al micro y macro bioma en que crece. La inmersión meditativa, lenta y multisensorial nos funde con esa red de Vida. El jardín resonante se habita y se vive, las fronteras se disuelven, nos hacemos parte; no se trata de un paisaje para ser mirado por un observador externo.


Convivencia resonante

Agradecemos a los que ahí han estado, a las plantas que nutrieron ese suelo, a la lluvia que lo regó, al viento y las aves que lo sembraron, al sol que le dio su energía, los insectos que polinizaron, las bacterias y hongos que transformaron lo muerto. El jardín se integra al tiempo y a las vibraciones del lugar.
Un jardín resonante es una obra en permanente evolución. No tiene un inicio ni un final claramente definidos: los espíritus y energías están ahí desde antes de nuestra intención de crearlo y a menos que lo cubran de cemento (y aun así) seguirán encontrando su camino.

El jardín resonante se forma en el respeto y la convivencia con los seres que habitan el lugar, las plantas que van llegando y las conversaciones con las personas del entorno. No es una planificación que intenta adecuar el terreno a la visión; el conocimiento y las imágenes brotan del cultivo de la tierra, de la resonancia con las plantas y del momento presente. Es una práctica orgánica, donde plantar, regar, contemplar y sentir son verbos principales antes de dar un siguiente paso en el jardín. Acompañando el proceso desde el corazón se abre la percepción a las energías y vibraciones sutiles y a la confianza en la acción que surge de la unidad de lo vivo.

El jardín brota, se enreda y florece afuera y adentro. El silencio lento crea el espacio para inesperadas resonancias, se cruzan los mundos, los tiempos y los lenguajes, habla el palo negro, canta el chilco, baila el matico, la lobelia invita a conocer el trihue milenario, el Arboretum y el Parque Hanecker, la menta de árbol llama a otras plantas y la huella resuelve viejos dilemas. El jardín muestra amablemente a Valdivia como centro arbóreo.  


Jardín resonante la huella

El nombre jardín resonante “la huella” nace de la huella que crece en unos de sus bordes.
Después de varios días de seca, al momento de terminar de plantar los capachitos, últimas plantas de la base elemental del jardín en tocar tierra, llovió. Y al día siguiente comenzó el florecimiento escandaloso de la huella: una corona de luz y transparencias blanco-azuladas.
Además de honrar la planta endémica, huella es un nombre significativo para la obra creada en el contexto de la residencia de arte y naturaleza en la Fundación Estudio de Campo de Valdivia. Huella alude tanto al rastro o registro como a la senda que comienza a formarse a través del uso.

El jardín de la huella está ubicado en medio de la ciudad, en un rincón invisible desde la calle. Es casi una intervención urbana clandestina, entre casas y edificios, sobre las raíces de un castaño y un palto muy antiguos, y de otros árboles mas jóvenes: trihues, maquis, un avellano, una tepa, un ulmo. Acompañado en el arriba y el abajo por estos árboles mayores, el jardín resonante se integra a la energía de la Selva Valdiviana local y a los cientos de especies nativas y exóticas que hacen de Valdivia una ciudad plantae, un centro arbóreo del mundo.

En Valdivia, el Reino Plantae late desde un material genético de millones de años cuando existía el mega continente de Gondwana y los dinosaurios dominaban la Tierra. Ancestralidad preservada en la isla biogeográfica de la Selva Valdiviana y activa en los antiguos ngen mapuche.
La energía plantae prístina se manifiesta con potencia en Valdivia en los más de 700 árboles centenarios, en las decenas de parques y humedales dentro de la ciudad y en las reservas y parques que la rodean siguiendo los ríos hasta el Océano Pacífico.
En Valdivia, la antigüedad y presencia del Reino Plantae, abren resonancias arcaicas y profundas en la relación entre humanos y plantas. Se hace evidente la existencia de otro tiempo, otra vibración, otra luz, otro soplo, se sienten los espíritus de la magia plantae, es visible la potente transmutación de los elementales en vida. Valdivia es un territorio privilegiado para explorar una nueva relación de la humanidad con sus vecinos no humanos y resonar con los otros Reinos.

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