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La práctica de haiku

La práctica del haiku es un camino para explorar y profundizar la relación con los árboles y las plantas.
Desde sus orígenes, el haiku ha estado vinculado con la naturaleza, con una vivencia extraordinaria del instante, con la ruptura de las fronteras internas y externas, con la fusión del practicante con su entorno, con el encuentro en el aquí y ahora.   

El haiku no se vive ni se escribe desde la razón y el intelecto, sino desde una integración de la mente, el corazón y los sentidos. Cultiva un atención expansiva que vincula los pequeños detalles de lo cotidiano con el cosmos y la trascendencia.

Para encontrarse con las plantas y otras especies es necesario salir del espacio de la razón y el logos, deshacer las barreras entre el humano observador, la observación y “lo” observado; cultivar la fusión con la bios en una  temporalidad compartida con la naturaleza y sus elementos, con el sol, la luz, el árbol, el ave… y con uno mismo.

La forma del haiku obliga a dar cuenta de esas experiencias en 17 sílabas, una métrica ajustada que nos libera de la responsabilidad personal y el ego creativo y le da una vida independiente al pequeño poema. Es un desafío para destilar lo esencial y eliminar las explicaciones, las causas-efecto, las especulaciones.

El haiku se completa en la lectura, en el compartir. Tocar el corazón del lector depende de la habilidad del escritor y de la disposición del lector a recibirlo. Si se logra ese encuentro se comparte la emoción de la celebración del instante y de la vida.

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